Redacción Alabrent
Si nos planteamos el reto de definir “la tecnología”, podríamos empezar por destacar todo lo que NO es. La tecnología no es política, no responde a fronteras o diferencias religiosas, ni atiende a condiciones de ningún tipo, incluso no tiene nada que ver con estados y configuraciones gubernamentales. La tecnología es un claro elemento cohesionador y de justicia.
Tanto es así, que en el ámbito educativo, por ejemplo, se erige en un elemento transversal y cohesionador. La tecnología ha roto la habitual frontera público-privado y está presente en las vidas de estudiantes y profesores de los diversos centros formativos del país, sea cual sea su condición. Esta medida cohesionadora ha sido posible, entre otras cosas, por el amplio consenso del sector tecnológico en cuanto a su necesidad, habiendo ajustado los fabricantes los precios de acceso a las soluciones tecnológicas a costa incluso de sus propios beneficios. Porque la tecnología está en la base del futuro desarrollo de una sociedad. Y eso, ya en sí mismo, se establece como necesidad y compromiso a todos los niveles. Por parte de los fabricantes esta premisa ha sido asumida como condición sine qua non, desarrollando nuevas soluciones capaces de satisfacer el acelerado ritmo de creación de demanda en el sector: PCs, tablets, phablets, tecnología móvil en general y soluciones que permiten compartir contenidos de una forma sencilla, justa y funcional.
Superada esta primera fase de adopción tecnológica y compromiso de mercado, nos adentramos en una segunda en la cual el verdadero reto se sitúa en dos niveles: creación de contenidos y formación. Si atendemos al último informe PISA, en el que España queda bien posicionada en términos de número de alumnos por ordenador (los 2,2 están muy por encima del promedio de 4,7 de la OCDE) o de porcentaje de uso entre ellos (73,2%), no podemos dejar de lado que queda mucho camino por recorrer cuando hablamos de habilidades tecnológicas.
Así pues, no hay dudas en este sentido: no por tener más ordenadores en el aula se garantiza un aprendizaje más exitoso. Esto depende de la adecuación de su uso, y también de la aplicación de una visión de futuro por parte de los profesores responsables. Es evidente que hoy en día un estudiante no puede progresar sin saber desenvolverse en el entorno digital; no solo lo necesitará en su futuro puesto de trabajo, sino que también formará parte de su vida diaria. Y es el sector educativo el más adecuado para formar a los alumnos en la vertiente más funcional y –valga la redundancia– educativa de la tecnología.
Pero no nos desviemos en la atribución de responsabilidades. Esta segunda fase en la cual se debe garantizar que los profesores están bien formados y bien equipados para enseñar a utilizar apropiadamente las nuevas tecnologías, así como generar los contenidos adecuados para fusionar tecnología y planes educativos, requiere de un esfuerzo liderado por los responsables políticos, independientemente de su color e ideas.
La educación es un valor y la tecnología un recurso, ambos en la base del futuro desarrollo de nuestra sociedad. Por lo tanto, mucho más allá de ideales políticos, más allá de fronteras y creencias, más allá de lenguajes y estados, la tecnología y la educación son un elemento cohesionador que deberá elevar la creatividad, los conocimientos y la experiencia de los alumnos y profesores. Aprovechemos la transversalidad de la tecnología porque, ¿qué otro elemento está presente en cualquier ámbito de la vida, siendo accesible a cualquier persona sin establecer diferencias?